12 Cuentos infantiles para dormir (Cortos)

A ciencia cierta no se sabe por qué un niño o niña logra dormirse luego de escuchar uno o más cuentos. Se cree, que es por la capacidad que tienen para despertar su imaginación e introducirlos a un mundo de fantasía que continúa una vez caen dormidos.

Los beneficios de crear y mantener el hábito de leer cuentos cortos a tus hijos es impresionante. Estrechan la relación afectiva y además les enseñas el agradable hábito de la lectura.

Te compartimos una serie de cuentos para dormir infantiles cortos orientados a bebés, niños y niñas en su primera infancia, y quizá para edades un poco más avanzadas; que también les enseñarán ética y valores, o simplemente les será una rica fuente de entretenimiento.

En esta selección se encuentran los cuentos tradicionales: Caperucita roja, Los tres cerditos, Pinocho, Blancanieves, La cenicienta, El gato con botas, El patito feo y La bella y la bestia; y otros como: Los regalos de los duendes, Los siete cabritillos, El soldadito de plomo y El zorro y el caballo.

Cuentos infantiles cortos tradicionales para dormir

Caperucita roja

Erase una linda y adorable niña que vivía en una pequeña aldea y era querida por todos sus vecinos. Además, la pequeña tenía una excelente relación con su abuelita que vivía en el bosque y a menudo le gustaba ir a visitarla para hacerle compañía o llevarle unos recados.

La abuelita, consciente del frío que en ocasiones pasaba su nieta para ir a verla, le regaló una bonita caperuza roja. La pequeña niña, agradecida y encantada con la capucha, no dudó en celebrarlo y prometerle llevarla siempre puesta. Por esta razón, empezaron a llamarla en la aldea Caperucita Roja.

Un buen día muy temprano su madre pidió a Caperucita Roja que le llevara a su abuelita, que estaba un poco enferma, unas tortas y un tarrito de manteca. La pequeña, tras escuchar las indicaciones de su madre y la prohibición de salirse del sendero, cogió su cestita y feliz y contenta puso rumbo a casa de la abuelita.

Nada más entrar en el bosque, un lobo la sorprendió a su paso y Caperucita, sin ser consciente del peligro, entabló conversación con él.

“Buenos días, Caperucita, ¿a dónde vas tan temprano hoy?” dijo el lobo.

“Buenos días, amable lobo, voy a casa de mi abuelita” dijo Caperucita Roja.

“¿Y qué llevas en esa cestita?” replicó el lobo.

“Tortas y manteca para fortalecer a mi abuelita que está enferma” respondió Caperucita.

“¿Dónde vive tu abuelita?” prosiguió preguntando el lobo.

“A medio kilómetro de aquí” respondió la ingenua niña. “Su casa está en aquella aldea pasando el molino” prosiguió Caperucita.

El lobo se quedó pensando en silencio lo apetitoso que sería darle un buen bocado y le propuso acompañarla a casa de la abuelita para ganarse su confianza.

Tras un rato caminando, el lobo le señaló unas lindas flores a la pequeña niña a lo lejos proponiéndole un regalo para la abuelita. Ésta pensó lo contenta que se iba a poner su abuelita si recibía tan bonito ramo de flores. Se apartó del camino para cogerlas consciente de que el día era aún muy largo para volver a casa y de que su madre no se enteraría.

Entonces el lobo desapareció y corrió a casa de la abuelita tomando un atajo en el camino para llegar antes que Caperucita Roja.

Cuando el lobo llegó a casa de la abuelita llamó a la puerta y una voz algo congestionada se escuchó “¿Quién es? preguntó la abuelita.

“Caperucita Roja” contestó el lobo. “Ábreme abuelita que traigo tortas y manteca para ti” prosiguió el lobo”.

“Gira la cerradura y abre tú, Caperucita que estoy un poco débil y no me puedo levantar” dijo la abuelita.

El lobo abrió la puerta, se dirigió hacia la cama donde permanecía la abuelita acostada y sin mediar palabra de un bocado se la comió. Posteriormente, el lobo buscó algo de ropa y un gorro y se disfrazó de abuelita y se acostó en la cama.

Mientras tanto, la pequeña e inocente niña que se había quedado eligiendo las flores más bonitas una a una para hacer un lindo ramo para su abuelita, se acordó de que se le iba a hacer tarde y retomó la senda para llegar a casa de su abuelita con su cestita y su ramo.

Cuando la pequeña llegó a la casa donde residía su abuela, se sorprendió al ver la puerta abierta y con un extraño presentimiento se decidió a entrar y gritó “Buenos días” a lo que no recibió respuesta. Extrañada, la pequeña se dirigió al dormitorio donde le parecía ver a la abuelita acostada.

Al verla tan tapada y con una apariencia algo extraña, Caperucita le dijo a la abuelita: “Abuelita, qué orejas tan grandes tienes”.

El lobo disfrazado de la abuelita respondió: “Caperucita, son para oírte mejor, mi niña”.

Caperucita prosiguió: “Abuelita, pero qué ojos tan grandes tienes”.

“Son para verte mejor, nietecita querida” contestó el lobo.

“Y qué boca tan grande tienes abuelita” continuó Caperucita Roja y el lobo saltando de la cama respondió: “Es para comerte mejor” y de un bocado se tragó a la pequeña niña sin darle tiempo a reaccionar.

Tras tremenda comilona, el lobo decidió tomarse una siesta para descansar y comenzó a roncar fuertemente.

De repente, un cazador que pasaba por allí, al escuchar los ronquidos y pensando que quizás la abuela necesitaría alguna ayuda, se acercó a la casa y entró en el dormitorio. Al ver al lobo, el cazador le dijo al lobo en bajito mientras éste yacía dormido: “Aquí te encuentro viejo pecador, tras de ti iba desde hace tiempo, te daré caza” y le apuntó con la escopeta con la intención de matarlo. Sin embargo, un segundo antes de disparar, pensó que quizás la abuelita estaba en el estómago del lobo y decidió no hacerlo y buscar un plan alternativo.

El cazador sigilosamente cogió unas tijeras y empezó a abrir el estómago del lobo durmiente y vio la caperuza roja en uno de los cortes. Siguió cortando y consiguió sacar sanas y salvas a la caperucita y a la abuelita.

Rápidamente y antes de que el lobo despertara, Caperucita buscó unas piedras y rellenaron el vientre del lobo. Cuando el lobo despertó de tan profundo sueño, quiso huir del cazador, pero la barriga le pesaba tanto, que del esfuerzo cayó muerto.

Entonces, el cazador acompañó a Caperucita Roja a su casa. La abuelita se comió la torta y la manteca de su nieta y la enfermedad desapareció y todos vivieron felices y comieron perdices.

Caperucita Roja aprendió que siempre hay que hacer caso a los padres, porque nos aconsejan por nuestro bien.


Los tres cerditos

Erase una vez tres lindos cerditos que vivían en el bosque y siempre estaban felices y contentos. Les encantaba estar juntos y se protegían y se ayudaban mutuamente, pues estaban unidos por lazos de sangre; eran hermanos.

Cerca de donde vivían, rondaba un lobo malo con especial interés en darles bocado. El hermano mayor de los cerditos, consciente del peligro del lobo, tomó la decisión y convenció a sus hermanos para que cada uno se construyera una casa para protegerse si el lobo malo se acercaba. Los tres cerditos se pusieron manos a la obra.

El más pequeño de los cerditos, que era un poco revoltoso, se construyó la casa de paja para acabar cuanto antes y poder irse a jugar. El hermano mediano decidió hacerse la casita de madera y cuando vio a su hermano pequeño divirtiéndose, se apresuró en acabarla rápidamente para incorporarse al juego. El hermano mayor, más maduro y responsable, decidió que el ladrillo era el material más fuerte y trabajó duro durante días para conseguir construir una casa robusta y segura donde sentirse protegido.

El cerdito mayor les decía “Habéis trabajado poco. El lobo derribará vuestras casas”. Los dos cerditos cantaban “¿Quién teme al lobo?”.

Un buen día, mientras los cerditos jugaban y se divertían, apareció el lobo y se acercó al cerdito menor. El pequeño al verlo se asustó y se fue corriendo para protegerse en su casita de paja. El lobo lo persiguió y al llegar a la casa empezó a soplar y soplar hasta que la derrumbó, dejando desprotegido al cerdito que acudió a pedir ayuda a casa de su hermano mediano.

El lobo lo persiguió por el bosque hasta dar con la casa de madera del cerdito mediano donde estaban refugiados los dos hermanos. El lobo comenzó a soplar y soplar hasta que consiguió también derrumbar la casa de madera. Los dos cerditos salieron corriendo siendo perseguidos por el lobo muy de cerca y se dirigieron a pedir auxilio a casa de su hermano mayor.

Cuando llegaron a la casa de ladrillos del cerdito mayor llamaron a la puerta y entraron rápidamente contándole a su hermano lo ocurrido y resguardándose del lobo feroz.

El lobo malo, al llegar a la vivienda del hermano mayor, empezó a estudiar la forma de entrar y rodeó la casa varias veces. Tras soplar y soplar sin éxito porque el ladrillo era muy duro y la casa aguantaba estable, se le ocurrió que la única forma de entrar sería por el tejado. El lobo consiguió trepar hasta el tejado con la intención de entrar por la chimenea.

Al cerdito mayor se le ocurrió la idea de poner en el fuego de la chimenea una olla con agua y cuando el lobo feroz consiguió descender por la chimenea, cayó sobre el agua hirviendo y se quemó el rabo. Del terrible dolor, el lobo feroz huyó dando tremendos aullidos que se escucharon por todo el bosque.

Los dos cerditos agradecieron a su hermano mayor que los salvara del lobo y aprendieron la lección. Antes del juego está la responsabilidad y el trabajo duro. El lobo nunca más volvió a molestarlos y los tres cerditos vivieron felices y juntos, siempre juntos.


Pinocho

Erase una vez un viejo carpintero llamado Gepeto, que vivía en una pequeña cabaña en un bosque cercano a Florencia. Gepeto, que no tenía familia, pasaba muchas horas en su taller de carpintería trabajando la madera para entretenerse.

Como se sentía muy solo, un buen día el anciano cogió de su taller algunas piezas de madera y las trabajó llegando a crear un simpático muñeco. Su obra le gustó tanto que hasta le puso nombre, lo llamó Pinocho.

El viejo carpintero, mientras contemplaba su creación, se repetía a sí mismo “Con lo bien que me ha quedado, que pena que no tenga vida. Como me gustaría que Pinocho fuese un niño de verdad”. Tal era el deseo de Gepeto, que un hada que lo vio, decidió hacerlo realidad y dar vida al muñeco.

De repente, Pinocho le dijo a Gepeto “¡Hola padre!”.

El anciano desconcertado buscaba a su alrededor quién le hablaba mientras preguntaba en alto: “¿Quién me habla?”.

Pinocho prosiguió: “Soy Pinocho. ¿No me reconoces padre?”

Gepeto atónito respondió: ¡Parece que estoy soñando! ¿Esto es de verdad?, ¿Tengo un hijo?

Si Padre, ¿no me ves? dijo Pinocho.

Gepeto empezó a hacerse la idea y pensó que era necesario que Pinocho acudiera al colegio a estudiar. Como no tenía dinero para comprar el material escolar, Gepeto decidió vender su abrigo y usar el dinero recaudado para su hijo.

Pinocho, consciente del esfuerzo que había hecho su padre para que él estudiara, se decía a sí mismo de camino al colegio: “Tengo que estudiar mucho y encontrar un buen trabajo para conseguir dinero y poder comprar un abrigo a mi padre”.

De camino a la escuela, Pinocho pasó por la plaza del pueblo y vio un teatro de titiriteros y sorprendido de ver otros muñecos como él, se acercó a bailar con ellos. Transcurridos unos segundos, Pinocho observó que esos muñecos no tenían vida, se movían por hilos que tensaba el dueño del teatro.

El propietario del teatro, al ver a Pinocho bailar, le propuso trabajar para él, pero Pinocho le dijo que no podía porque tenía que asistir al colegio. Un hombre que observaba el teatro dio a Pinocho unas cuantas monedas en recompensa por lo bien que había bailado. Pinocho prosiguió su paseo de camino al colegio.

Unos metros más adelante, Pinocho se encontró con un gato algo mentiroso que le propuso ganar más dinero si enterraba sus monedas en un lugar llamado el Campo de los Milagros. Pinocho preguntó dónde se encontraba ese sitio y el gato y un zorro amigo de éste, le prometieron acompañarle. Pinocho, que era bastante inocente, aceptó la propuesta y fue llevado por los dos bandidos a un lugar lejano donde lo ataron a un árbol y le robaron las monedas. Pinocho intentó pedir ayuda, pero nadie salvo el Hada Azul, le escuchó.

El Hada Azul desató a Pinocho y le preguntó: “¿Dónde has perdido las monedas?

Éste le respondió: “Se me cayeron al cruzar el río”. Inmediatamente la nariz de Pinocho creció. Al darse cuenta que había mentido y ver su nariz, el pequeño niño de madera se puso a llorar.

El Hada Azul le dijo: “ En esta ocasión tu nariz regresará a su estado inicial, pero si vuelves a mentir tu nariz crecerá”

Pinocho prosiguió su camino y se encontró con unos niños que jugaban y saltaban felices y le entró curiosidad sobre cuál sería el motivo de tanta alegría y les preguntó.

Uno de los niños le respondió: “Nos vamos a la Isla de la diversión a pasarlo bien. Allí no hay escuelas ni profesores y todo es entretenimiento. ¿Te gustaría venir?” Pinocho se sintió atraído por la diversión y aceptó la invitación.

Cuando estaba a punto de irse, apareció el Hada Azul y le dijo: “Pinocho, ¿no me prometiste que irías a la escuela a estudiar?” y Pinocho le contestó mintiendo: “Si, ya he estado allí Hada”.

Tras la mentira, empezaron a crecerle unas grandes orejas de asno. Pinocho al verlas se asustó de verdad y se arrepintió de la mentira. Después de ir al colegio, Pinocho regresó a casa.

Al llegar a casa, no vio a Gepeto que había ido a buscarlo a la playa y había sido devorado por una ballena y corrió hacia la playa para salvarlo. Tras llegar a la playa, Pinocho se dejó tragar por la ballena y encontró a Gepeto en el interior y lo abrazó muy fuerte.

Juntos tenían que buscar la forma de salir de allí y así hicieron. Encendieron un fuego para que la ballena abriera la boca y salieron nadando a toda prisa. En recompensa a haber salvado la vida de su padre, el Hada Azul convirtió a Pinocho en un niño de verdad.


Blancanieves

Erase una vez una pequeña y linda princesa que vivía en un castillo con su madrastra, la reina. La joven princesa, llamada Blancanieves, irradiaba belleza allí por donde pasaba. Su pelo negro azabache, su cutis blanco, sus mejillas sonrosadas y sus labios rojos llamaban la atención de todo aquel que se cruzará con ella. A medida que iba haciéndose una mujer, aquella princesa se hacía aún más y más hermosa.

Su madrastra era malvada y estaba obsesionada con su belleza. Durante horas se miraba en un espejo mágico al que preguntaba constantemente “¿Quién es la mujer más bella del reino?”. El espejo solía reflejar la imagen de la mujer más hermosa que solía coincidir con el rostro de la madrastra.

Un buen día el espejo reflejó el rostro de la princesa Blancanieves y la malvada madrastra se puso tan celosa, que decidió acabar con la vida de la joven. Para ello, mandó llamar a un cazador y le ordenó que la llevara al bosque y la matara.

El cazador, prendado de la hermosura de la joven, decidió no ejecutar tal atroz encargo. Le contó a Blancanieves el objetivo de la madrastra para ponerla sobre aviso, se apiadó de ella y le aconsejó buscar un escondite donde refugiarse.

Blancanieves atemorizada comenzó a correr alejándose lo máximo posible del castillo y al llegar el atardecer, encontró una casita en medio del campo. Decidió pedir asilo para descansar, pero cuando llamó a la puerta no respondió nadie y se dispuso a entrar. Era una pequeña casa que se veía muy limpia y cuidada. Había una cosa que le llamaba especialmente la atención y era que todo era de tamaño diminuto y se preguntó quién viviría allí.

En dicha casa siempre había siete cosas de cada objeto; siete platos pequeñitos, siete tacitas de barro y hasta siete camitas muy bien distribuidas en la alcoba. La princesa, agotada de tanto correr, se echó sobre tres camitas y se quedó profundamente dormida.

Horas más tarde, ya entrada la media noche, regresaron a la casita siete enanitos que venían de trabajar duro en las minas de oro. Efectivamente, ellos eran los habitantes de aquella linda casita. Al verla, se sorprendieron pero no quisieron despertarla porque dormía plácidamente.

A la mañana siguiente, cuando se despertó Blancanieves se vio rodeada por siete personitas de pequeño tamaño. Los enanitos la trataron con tanta delicadeza que ella no se asustó y les contó su triste historia. Los enanitos le propusieron que se quedara con ellos a vivir. Ella cocinaría, lavaría y cosería y ellos la protegerían y le darían hogar. A ese acuerdo llegaron. Sin embargo, los enanitos advirtieron a Blancanieves para que tuviera cuidado con la madrastra. Ésta podía descubrirla y querer hacerle daño.

Blancanieves vivía feliz en el campo con sus nuevos amigos. Un buen día, la madrastra a través del espejo descubrió que seguía viva y el paradero donde se encontraba. Y decidió ir a matarla ella misma haciéndose pasar por una viejecita inofensiva. La malvada bruja cogió una manzana, la envenenó y se dirigió a casa de los siete enanitos con ella en mano.

Blancanieves durante el día se sentía tan sola, que al ver a la anciana la invitó a entrar pensando que era inocente para charlar un rato con ella. La malvada bruja, disfrazada de anciana, le regaló una manzana a Blancanieves y ésta le dio un mordisco y cayó al suelo como si estuviera muerta.

Llegó la noche y cuando volvieron los enanitos se encontraron a su amiga en el suelo, intentaron moverla pero no se movía y no tenía respiración. Los enanitos lloraron su muerte y durante varios días velaron su cuerpo, que permanecía intacto en cuanto a belleza. No quisieron enterrarla bajo tierra siendo tan hermosa y tan querida, y decidieron meterla en una urna de cristal y llevarla a la cima del monte donde acudirían todos los días a velarla.

Un día un apuesto y guapo príncipe pasó por allí y quedó admirado por su hermosura. Éste habló con los enanitos que le contaron la triste historia. El príncipe enamorado a primera vista de Blancanieves, solicitó a los enanitos que le dejaran llevarla a su palacio para adorarla y los enanitos pensaron que allí estaría menos expuesta la urna de cristal y accedieron a la proposición del príncipe. Al intentar mover la urna de cristal, el príncipe tropezó y de la boca de Blancanieves salió el trozo de manzana que había mordido que aún estaba en la garganta. El príncipe la besó y Blancanieves despertó de su largo sueño. Los enanitos y el príncipe celebraron el acontecimiento y el príncipe le pidió matrimonio y ella aceptó casarse con él y juntos vivieron felices.


La cenicienta

Había una vez una joven doncella que vivía en una gran casa con su padre, un noble importante y su madre una mujer encantadora que se desvivía por su familia. En su hogar había reinado siempre la felicidad hasta que un buen día su madre enfermó sin remedio para su mal.

En su lecho de muerte la madre le dijo a la bella doncella: “Hija mía, sé piadosa y buena. Dios te protegerá y yo te cuidaré desde el cielo. Nunca me apartaré de tu lado. Cuida a tu padre”.

La niña quedó destrozada por la muerte de su madre y acudía todos los días a llorarla al cementerio. Sin embargo, se esforzó por cumplir la promesa que le había hecho a su madre.

Al cabo del tiempo, su padre conoció a otra mujer y contrajo matrimonio con ella. La esposa de su padre aportó al matrimonio dos hijas muy hermosas, pero con un corazón cruel. La joven doncella, para contentar a su padre, acogió de buen grado a la esposa y las hijas de su padre. Sin embargo, el recibimiento no fue mutuo.

Sus hermanastras eran muy despiadadas, la trataban muy mal y le quitaban sus vestidos nuevos. Empezaron a tratarla como si fuese una criada y se burlaban de ella cada vez que tenían ocasión. La doncella, que había prometido a su madre ser buena, ella acepta resignada todo el trabajo que le encargaban sus hermanastras y se pasaba el día limpiando y haciendo tareas del hogar. Cuando terminaba el trabajo duro, la pobre muchacha no podía ni acostarse puesto que le habían quitado la cama. Como siempre estaba llena de ceniza y de polvo la llamaban Cenicienta.

Un buen día, su padre les informó de que tenía que ausentarse para asistir a una feria y les preguntó a sus hijastras y a Cenicienta que querían que les trajese como regalo. Las hijastras pidieron caros vestidos y sortijas con piedras preciosas y Cenicienta sin embargo, le pidió a su padre una rama que encontrara a su paso. Su padre regresó y cumplió el deseo de sus hijas. Cenicienta, nada más recibir la rama, acudió al sepulcro de su madre, plantó la rama y lloró tanto que sus lágrimas regaron la rama y esta no tardó en germinar dando lugar a un hermoso árbol. Ella acudía siempre a descansar al sepulcro de su madre, porque allí se encontraba segura.

Un buen día, el rey organizó una fiesta e invitó a todas las jóvenes del país para buscar esposa para su hijo el príncipe. Al enterarse las hijastras exigieron a Cenicienta que les limpiara los zapatos. Cenicienta quería asistir a la fiesta y se lo suplicó a su madrastra. Ésta finalmente ante tanta insistencia, le prometió que podría acompañarlas a ella y sus hijastras si recogía todas las lentejas que habían caído sobre la chimenea en menos de dos horas. Cenicienta salió al jardín y llamó a palomas y pájaros para que le ayudaran a recoger. Éstas acudieron a su llamada y a la hora ya habían sido recogidas todas las lentejas.

Cuando Cenicienta informó a su madrastra, ésta le dijo que no podía asistir porque no tenía vestidos y zapatos para la ocasión, tampoco sabía bailar y les haría hacer el ridículo. La madrastra y las hijastras se fueron rumbo a palacio.

Cenicienta desolada acudió al sepulcro de su madre a llorar y debajo del árbol comenzó a decir: “Arbolito pequeño dame un vestido; que sea de oro y plata, muy bien tejido”.

Un pájaro mágico, que la observaba desde hacía tiempo, hizo su deseo realidad y le dio un bonito vestido y unos lindos zapatos. Cenicienta se vistió y acudió al palacio. Sus hermanastras y su madrastra no la reconocieron y el príncipe al verla se quedó prendado de ella y la invitó a bailar.

Bailaron hasta el amanecer y llegó la hora de volver a casa. El príncipe se ofreció para acompañarla, pero Cenicienta se escapó.

Al día siguiente, el príncipe organizó otra celebración y Cenicienta volvió a acudir al árbol para solicitar otro vestido para el baile. Acudió de nuevo a la fiesta y una vez más el príncipe no permitió que bailara con otros en toda la noche.  Al acabar el baile, Cenicienta volvió a escabullirse para asombro del príncipe, pero consiguió seguirla hasta su casa uno de sus vasallos, donde la perdió de vista.

Otro día más, Cenicienta visitó el árbol para pedir otro vestido y acudió al palacio real posteriormente para bailar con el príncipe sin el conocimiento de su familia. El príncipe, que ya estaba completamente enamorado de aquella muchacha a la que apenas conocía, mandó untar pegamento en la escalera y la tercera noche tras el baile, cuando Cenicienta salió corriendo para volver a casa, perdió un zapato que quedó pegado en la escalera.

El príncipe se propuso encontrar a aquella muchacha propietaria del zapato para casarse con ella y acudió a casa de Cenicienta donde sabía por su vasallo que residía. Habló con su padre y éste mandó a llamar a una de sus hijastras para que se probara el zapato. Como no le entraba, su madre le pidió que se cortara los dedos. La hijastra lo hizo, el zapato entró y el príncipe se montó en la carroza con ella rumbo al palacio para casarse.

De camino, la carroza del príncipe pasó por al lado del sepulcro de la madre de Cenicienta y dos palomas le comenzaron a decir:

“No sigas más adelante, detente a ver un instante, que el zapato es muy pequeño y esa novia no es su dueño. El príncipe miró los pies de la hijastra y los vio sangrando y decidió volver a casa de Cenicienta en su caballo.

Cuando el príncipe llegó, le dijo al padre de Cenicienta que esa no era la hija que buscaba, que se probara el zapato la otra hermana. Y así se hizo. Como a la otra hijastra tampoco le cabía el zapato, se cortó el talón pero la sangre y la información de las palomas volvieron a delatarla.

El príncipe preguntó por la tercera hija, pero el padre de Cenicienta no quiso enseñarla diciéndole: “Tengo otra pobre hija de mi primera mujer, que siempre está en la cocina, pero esa no puede ser la novia que buscáis”. El príncipe insistió en verla y Cenicienta se lavó un poco y acudió a la llamada del apuesto galán.

El príncipe le probó el zapato que encajaba a la perfección y al mirarla a la cara reconoció a la hermosa doncella que había bailado con él y le dijo al padre de Cenicienta: “Esta es la verdadera novia que busco, la tomaré como esposa.

El padre aceptó ante la presencia pálida de la madrastra y las hijas de ésta que no podían creer lo que estaba ocurriendo.

Cenicienta se montó en el caballo con el príncipe y cuando pasaron por delante del sepulcro de la madre de la joven, las palomas comenzaron a decir: “Sigue príncipe, sigue adelante, sin parar un solo instante, pues ya encontraste la dueña del zapatito pequeño”. Tras esas palabras alzaron el vuelo y se posaron sobre los hombros de la joven doncella.

El día de la boda, las palomas acompañaron a Cenicienta y al príncipe a la iglesia. Al ver a las hijastras que eran hipócritas y envidiosas, las palomas dieron un escarmiento a las hermanas. Cenicienta y el príncipe vivieron felices.


El gato con botas

Erase una vez un viejo molinero que vivía en el campo y tenía tres hijos. A su muerte, el anciano, que era muy humilde, repartió sus escasas propiedades entre sus tres hijos. Solo disponía de un molino que dejó al mayor de sus hijos, un asno que le correspondió al mediano y un gato llamado Maese Zapirón, que heredó el más pequeño de los hermanos.

El más pequeño de los hijos se lamentaba por la herencia recibida, puesto que pensaba que, una vez se comiera el gato, no tendría más recursos para sobrevivir, mientras sus hermanos podrían sacar provecho del molino y del asno.

El gato se entristeció al escuchar las palabras de su amo y decidió hacer algo por él. Para reconfortarlo, le hizo la promesa de que, si le daba un poco de tiempo y le prestaba un saco y un par de botas para andar por el campo, le demostraría que la herencia que le había tocado no era tan mala. Su amo, poco convencido al respecto porque conocía lo travieso que era Maese Zapirón, accedió porque no tenía nada que perder y le facilitó lo solicitado.

El gato se calzó las botas, cogió el saco y puso rumbo a su objetivo; un lugar donde habitaban muchos conejos. Allí preparó una trampa para cazar algún conejo y no tardó mucho en lograr su objetivo. Una vez conseguida una presa, se dirigió al Palacio Real para pedir hablar con el rey.

Cuando accedió a la habitación del palacio donde le esperaba el Rey, hizo una reverencia ante él y le habló portando su presa en la mano:

“Señor mío, el Marqués de la Chirimía me ha encargado que os obsequiara con este conejo” dijo Maestre Zapirón.

El rey halagado con tal regalo, le respondió “Di al marqués que le agradezco y recibo dicho presente con gusto”

Transcurridos unos días, Maese Zapirón visitó un campo de trigo y colocó otra trampa para cazar algunas perdices. Cuando consiguió su objetivo, el gato volvió a Palacio para regalar las perdices a su alteza real y éste muy contento, decidió darle una propina. Durante algunos meses, Maese Zapirón continuó sus visitas a Palacio entregando al rey diferentes presentes.

Un buen día, cuando el gato supo de la salida que tenía prevista el Rey para dar un lindo paseo junto a su hija, una joven princesa que desprendía belleza a raudales, el gato dijo a su amo:

“Amo, si quieres hacer una fortuna, tienes que acompañarme al río, bañarte en él y seguir mis instrucciones”.

El viejo molinero siguió las indicaciones de Maese Zapirón sin saber que tramaba su gato.

De repente, cuando el Rey se encontraba cerca, el gato comenzó a gritar “¡Socorro!, ¡socorro! ¡El Marqués de Chirimía se ahoga!”

El rey que reconoció a Maese Zapirón al escuchar los gritos, pidió a su escolta que acudiera en su socorro y éste sacó al marqués del río y lo puso a salvo. Mientras tanto, el gato le comentaba al Rey la mala suerte de su señor que mientras que se bañaba en el río unos ladrones se habían llevado sus vestidos. El gato astutamente había escondido las ropas del molinero.

El rey, consternado por la situación, pidió traer de su guardarropa un hermoso traje para el marqués. El Molinero, que era bastante apuesto, se puso el traje de rey y la princesa al verlo quedó locamente enamorada de él.

El rey y la princesa se prestaron para llevar a casa al marqués y los tres se montaron en el carruaje. Mientras tanto, el gato se adelantó en el camino e iba amenazando a los campesinos que encontraba a su paso, para que dijeran que las tierras pertenecían al Marqués de Chirimía en caso de que el Rey preguntara.

El Rey muy interesado preguntaba en las tierras por las que pasaba y todos los campesinos respondían sobre la propiedad del marqués de Chirimía. El rey estaba maravillado de que el marqués tuviera tantas propiedades.

Al llegar a un bello castillo que pertenecía a un ogro, Maese Zapirón volvió a adelantarse y pidió cita con él. Era conocido por todos el don del ogro para transformarse en cualquier animal que deseara. El gato, al verlo, le preguntó y el ogro le respondió convirtiéndose en león y dejándolo exhausto.

Cuando se recuperó del susto, Maese Zapirón le dijo al ogro: “Me han asegurado también que puedes tomar forma de los más pequeños animales como por ejemplo rata o ratoncillo pero me resulta imposible de creer”.

El ogro a continuación le respondió “Ahora verás”  y se transformó en ratón.

Apenas el gato lo vio, se lo zampó para hacerse con la potestad del castillo ante la inminente visita del Rey, la princesa y el marqués. Tras comérselo, salió a dar la bienvenida al Rey y le presentó el castillo. Todos juntos pasearon por los aposentos, le ofrecieron un agradable banquete que el ogro había preparado para sus amigos y el Rey y la princesa quedaron encantados con el lugar y con el marqués.

El Rey solicitó al marqués que desposará a su hija y éste aceptó y ese mismo día se casaron y vivieron felices. El gato se convirtió en un caballero de palacio y abandonó la caza de ratones.


El patito feo

Había una vez una hermosa Pata que vivía en una granja en el campo y que quería ser mamá. Un verano empolló unos cuantos huevos y cuando empezaron a romperse los cascarones, nacieron pequeños y bonitos patitos. Entre ellos, había uno algo diferente; más grande de tamaño que sus hermanos y con un graznido muy fuerte y algo molesto.

Otros animales que vivían alrededor e incluso sus hermanos patitos, comenzaron a hacerle burlas y a darle empujones mientras se reían de él por ser diferente. Le pusieron el apodo del Patito Feo. Sus hermanos incluso le decían: “Ojalá te pille el gato grandullón” e incluso su madre deseaba que el Patito Feo no estuviera en la granja con ellos.

El patito feo, que no entendía porque le estaba ocurriendo eso, decidió huir de aquel lugar y emprender una nueva vida en un lugar diferente donde no estuviera sometido a burlas y empujones, pero no le resultó nada fácil. Los animales salvajes que se encontraba a su paso no querían ser sus amigos.

Un buen día sin buscarlo, se vio envuelto en una cacería y una viejecita que ya poseía un gato y una gallina le salvó la vida y lo tuvo acogido unas semanas en su casa.

Pasado el tiempo, el Patito feo decidió emprender viaje de nuevo porque echaba de menos nadar y chapotear en el agua. De repente, vio una bandada de hermosas aves libres que surcaban el cielo y se quedó impresionado deseando ser como ellas. Se trataba de una bandada de cisnes.

Llegado el invierno, el Patito feo pasó malos momentos por el frío e incluso estuvo a punto de morir congelado, pero un campesino lo salvó con la intención de comérselo después. Cuando se dio cuenta, decidió huir de nuevo.

Meses después, llegó la primavera y durante un paseo, el Patito feo volvió a encontrarse con tres cisnes que se bañaban en un lago. Sorprendido por su belleza, se acercó a ellos aunque con cuidado, puesto que acostumbrado al rechazo de todos los animales, pensó que también ellos le negarían amistad. Cuál fue su sorpresa que los tres lindos cisnes al verlo, lo rodearon y le dieron la bienvenida haciéndole mimos y caricias con sus picos.

El patito feo no entendía tal recibimiento y atónito por lo que estaba ocurriendo, se miró en el reflejo del agua. El agua proyectó la imagen de un bello cisne y se dio cuenta de que él era tan diferente de los patitos que creía que eran sus hermanos, porque él en realidad no era un pato, era un cisne. Un huevo de cisne se había colado entre los huevos de la mamá Pata y ella sin darse cuenta, lo había empollado. Esa era la razón de que fuese tan diferente al resto.

El bello cisne vivió acompañado del resto de su familia y fue feliz sin que nadie más se metiera con él por ser diferente.


La bella y la bestia

Había una vez un comerciante, que en uno de sus viajes de negocios, decidió hacer un regalo a su hija que se llamaba Bella. Iba a buscarle la rosa más bonita que encontrase.

De repente, le sorprendió una tormenta en el camino y se refugió en un castillo que se encontró. Llamó a la puerta que estaba entreabierta, pero al ver que nadie le recibía, decidió entrar.

Entró en un comedor, que estaba lleno de manjares exquisitos y como tenía tanta hambre, se dispuso a cenar. Luego encontró una cama y se quedó dormido profundamente.

A la mañana siguiente, al despertar, se encontró con una bandeja con una cafetera caliente y fruta. Desayunó antes de partir y buscó por el castillo a quién le había dado cobijo para agradecerle su hospitalidad, pero no encontró a nadie.

Salió al jardín donde había dejado a su caballo la noche anterior y ante él vio un hermoso rosal. Entonces se acordó del regalo que quería hacerle a su hermosa hija Bella, y se inclinó para cortar una rosa. En ese momento, apareció una horrible bestia muy bien vestida y con una estruendosa voz.

¡Desagradecido! Te he dado hospitalidad, has comido en mi mesa y dormido en mi cama y, ¿ahora quieres robarme mis rosas preferidas? Te encerraré por esto – bramó la bestia enfadada.

El comerciante muy asustado y temblando se arrodilló ante él.

¡Perdóneme! ¡Perdóneme se lo ruego! La rosa era para mi hija Bella, era un regalo y yo no sabía nada. ¡Haré lo que me pidas! – Dijo el comerciante pidiendo piedad.

Te dejaré marchar con la condición de que me traigas a tú hija,si no cumples tu palabra iré a buscarte.

El comerciante regresó a su casa llorando. Al contarle a Bella lo ocurrido, su hija le dijo que no se preocupara que ella iría al castillo, tal y como quería la bestia.

Cuando Bella llegó al castillo, la Bestia la acogió muy amablemente aunque su aspecto era feo y horroroso.Con el paso del tiempo Bella comenzó a verlo de otra forma más bondadosa ya que la Bestia era muy gentil con ella.

Su amistad cada día era más fuerte, hasta que un día la Bestia le pidió a Bella que se casara con él. Bella no sabía qué decir y la Bestia comprendía que Bella no quería casarse con él, puesto que era muy feo y horrible.

De repente, un día la Bestia le regaló a Bella un espejo mágico. Tenía el poder de ver a los seres queridos que vivían lejos y Bella podía contemplar a su padre a través del espejo.

Un tiempo después, la Bestia vio a Bella llorando delante del espejo y le preguntó qué le ocurría. La pobre muchacha le contó que a través del espejo había visto que su padre estaba gravemente enfermo.

La Bestia entonces sintió mucha pena por Bella y la dejó marchar para encontrarse con su padre, con la condición de que tenía que estar de vuelta en siete días.

Bella agradeció mucho el gesto de la Bestia y partió en busca de su padre. Lo cuidó con mucho cariño y éste se recuperó, pero la joven muchacha se olvidó de la condición de los siete días impuesta por la Bestia.

Una noche, Bella se despertó sobresaltada por una pesadilla donde soñó que la Bestia se estaba muriendo. Entonces la muchacha partió inmediatamente al castillo porque le tenía mucho cariño a la Bestia.

Cuando llegó, su sueño era real, la Bestia se estaba muriendo.

¡No te mueras por favor, me casaré contigo si no te mueres! – Dijo Bella llorando mientras abrazaba a la Bestia.

Al momento de decir esto, de la Bestia salió una luz tan intensa que Bella no podía abrir los ojos y la Bestia se convirtió en un hermoso joven.

El joven no era más que un príncipe que había sido transformado en una bestia por una bruja y sólo el amor puro de una joven que aceptara casarse con él podría deshacer el hechizo.

Se celebró la boda y desde ese día, el príncipe ordenó quitar todas las flores del jardín y las sustituyó por rosales.

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Los regalos de los duendes

Un sastre y un platero viajaban juntos por el mundo. Un día a lo lejos oyeron una música y decidieron acercarse. Al llegar vieron unos hombrecitos y mujercitas que bailaban en un corro, rodeando a un anciano con traje de colorines con una larga barba blanca.

El viejo invitó a los dos hombres a que se sentaran a su lado. Entonces el anciano sacó un gran cuchillo y empezó a afilarlo mirando a los dos hombres que estaban muertos de miedo. El anciano les cortó algo de pelo y barba y les metió a cada uno carbón en los bolsillos. Más tarde los hombres se marcharon a algún lugar donde pasar la noche.

Se quedaron a dormir en una posada sin desnudarse y con el carbón en los bolsillos porque estaban muy cansados. A la mañana siguiente al levantarse se echaron las manos a los bolsillos y vieron que el carbón se había convertido en pedazos de oro. Además les había vuelto a salir el pelo y la barba.

El platero, que era muy avaricioso, le dijo al sastre que volvieran a ver al anciano. El sastre no estaba de acuerdo porque con el oro que tenía podría hacerse un buen taller y casarse con su novia y ser feliz. Pero el platero insistió y cogieron un saco de carbón y fueron a ver al anciano.

El viejecito le volvió a cortar el pelo y la barba y les indicó que cogieran carbón. El platero llenó los bolsillos hasta donde pudo. Luego regresaron a la posada y a la mañana siguiente los bolsillos y los sacos estaban llenos de carbón. Lo peor fue que el oro que tenía también se había vuelto carbón. Quería tirarse de los pelos pero estaba totalmente calvo y sin barba.

El sastre se despertó al oírle llorar y como era tan bondadoso le ofreció repartir el oro que tenía. El platero se quedó con la mitad del oro pero tuvo que llevar el resto de su vida una gorra porque el pelo no le volvió a crecer.


Los siete cabritillos

Había una vez una cabrita que vivía con sus sietes cabritillos en una casita del bosque. Un día, la cabritilla tuvo que salir de casa para hacer un mandado y dejó a sus siete cabritillos solos en casa. Antes de marcharse, les avisó de que no debían abrir la puerta a nadie, porque el lobo rondaba cerca y podía engañarles para conseguir entrar en la casita y darles bocado.

El lobo, al ver que la mamá estaba ausente, se acercó a la casa y llamó a la puerta. El mayor de los hermanos respondió: “¿Quién llama?” El lobo cambiando la voz dijo: “Cariño, soy mamá que he vuelto de la compra y necesito ayuda con las bolsas, ábreme”.

El cabritillo, desconfiado por las indicaciones de su madre antes de irse, le replicó: “Mamá, enséñame la patita por debajo de la puerta para que pueda verte”.

Al lobo no le quedó más remedio que mostrar la pata y cuando los cabritillos la vieron, todos juntos gritaron: “Eres el lobo. Vete de aquí. No te abriremos. Tú no eres nuestra mamá”.

El lobo abandonó el lugar en dirección a casa del molinero, donde se echó harina en la cara para ser de color blanco como la cabrita y así engañar a los cabritillos. Tras echarse la harina, volvió a la casa y llamó a la puerta de nuevo.

Se repitió la situación anterior, los cabritillos preguntaron de quién se trataba y pidieron ver la patita por debajo de la puerta. Aunque la patita era blanca, la voz ruda del lobo le delató y los cabritillos no abrieron la puerta.

El lobo acudió a una granja cercana buscando huevos duros que le afinaran la voz para poder engañar a los cabritillos y tras comérselos, volvió a la casa y llamó a la puerta. En esta ocasión, los cabritillos, salvo el más pequeño que se escondió tras el reloj, le creyeron y le abrieron la puerta. El lobo consiguió entrar y se comió uno a uno sin masticar a los cabritillos que fue encontrando.

Cuando la cabrita volvió a casa, el pequeño cabritillo, que por desconfiado se había salvado de las garras del lobo, le contó lo ocurrido. Juntos acudieron al río en busca del lobo, que se encontraba dormido. Con unas tijeras le abrieron la barriga y sacaron sanos y salvos a todos los cabritillos. Le llenaron de piedras la barriga y se la cosieron para que no se pudiera mover. Cuando el lobo despertó tenía mucha sed pero no pudo ni levantarse a beber del gran peso.


El soldadito de plomo

Por su cumpleaños, un niño recibió una caja con veinticinco soldaditos de plomo, todos igualitos entre sí, salvo uno al que le faltaba una pierna. El fabricante se había quedado sin plomo para terminar la figurita, pero aún así había decidido incluirlo en el paquete.

Cuando los soldaditos llegaron a la casa del niño y vieron el resto de los juguetes, se alegraron por la cantidad de amigos que encontraron para jugar.

El soldadito de plomo sin pierna se fijó especialmente en una bailarina hecha de papel, que se encontraba en un cofre y que levantaba en alto una pierna a la vez que bailaba.

Llegada la hora de irse a dormir, los habitantes de la casa se fueron a la cama y los juguetes empezaron a relacionarse y a jugar entre ellos. Cuando fueran las 12 de la noche, apareció un gnomito negro y al ver como el soldadito de plomo observaba fijamente a la bailarina, le dijo: “Soldadito, deja de mirarla tan fijamente” El soldado de plomo no le prestó atención y siguió mirándola.

A la mañana siguiente, el soldadito de plomo se asomó a la ventana y perdió el equilibrio cayendo al patio. El pobre intentaba gritar pidiendo ayuda, pero nadie le oía. Los niños advirtieron su ausencia, pero tras buscarlo sin éxito lo dieron por perdido.

Al cabo de un rato, empezó a llover muy fuerte. Dos niños, que se lo encontraron, hicieron un barco de papel, lo metieron en él y lo dejaron navegar calle abajo. El barco cayó en una alcantarilla y el pobre soldadito de plomo se vio perseguido por una rata.

Ante tanta desgracia, el soldadito aterrorizado pensaba en su amor platónico; aquella pequeña bailarina de la que se había enamorado en el cuarto de los juguetes y a la que no volvería a ver.

Tras la alcantarilla, el barco cayó por una catarata a un canal y el papel terminó deshaciéndose por la humedad. El pequeño soldado de plomo empezó a hundirse en el canal hasta que fue devorado por un pez.

Horas más tarde, ese pez fue pescado y llevado al mercado para ser vendido. Quiso el destino que la criada del niño lo comprara para cocinarlo y lo abriera. Tras encontrarlo, la criada lo puso en el cuarto de los niños y allí se encontró el pequeño soldadito con la bella bailarina. Se miraron sin intercambiar palabra.

Al cabo del rato, uno de los niños cogió al pequeño soldado y pensando que no le servía por tener una pierna menos, lo arrojó a la chimenea. El soldadito de plomo desde la distancia miraba a su amada bailarina. De repente, una puerta se abrió y la corriente de aire que se generó, llevó a la bailarina hasta la chimenea junto al soldadito de plomo. Cuando al día siguiente la criada fue a limpiar encontró entre las cenizas un pequeño corazón de plomo y una lentejuela del vestido de la bailarina calcinada por el fuego.


El zorro y el caballo

Había una vez un campesino que vivía con su leal caballo, el cual le había servido durante muchos años. El caballo ya era viejito y apenas tenía fuerzas para trabajar de forma productiva. Un día, el campesino le dijo al caballo: “No puedo contar contigo para trabajar más. Si me demostrases que puedes traer un león hasta nuestra casa, te cuidaría hasta el fin de tus días. Pero mientras tanto, abandona mi cuadra.”

El pobre caballo abandonó el establo cabizbajo y apenado y fue hacia el bosque buscando un refugio donde pasar la noche. Un zorro lo vio pasar y le preguntó: “Querido amigo equino, ¿por qué vas tan cabizbajo y a dónde te diriges?

El caballo respondió: “Pobre de mi, amigo zorro. Mi amo me ha echado del establo porque ya no puedo trabajar como antes. No valora lo suficiente la asistencia que le he prestado durante toda la vida. Me ha dicho que solo si fuese capaz de arrastrar un león hasta las caballerizas, me cuidaría hasta el fin de mis días, pero él sabe que mis patas están débiles y eso es imposible”.

El zorro sintió lástima por él y le dijo: “Yo te ayudaré amigo, no desesperes. Tengo un plan que funcionará. Vamos a hacer una cosa. Tú acuéstate aquí y finge estar muerto”. El caballo siguió las indicaciones del zorro mientras el zorro ejecutaba su plan.

El zorro fue a buscar al león y cuando lo encontró le dijo: “¿Tienes hambre Sr. León? He visto un caballo muerto en el bosque. Si vienes conmigo podrás comerlo”. El león accedió y acompañó al zorro. Cuando ambos estuvieron frente al caballo el zorro le dijo al león: “Si quieres llevártelo a tu guarida yo puedo atar el caballo a tus patas”. El león estuvo de acuerdo con el plan.

El zorro ató a las cuatro patas del león la cola del caballo con unos nudos tan fuertes que el león perdió toda posibilidad de movimiento. Cuando finalizó, dio unas palmadas sobre el lomo de su amigo el caballo y le gritó: “Amigo, vamos, solo tienes que correr hacía tu establo”.

El caballo corrió hasta llegar a la casa de su amo arrastrando al león, que no paraba de rugir. Cuando su amo lo vio llegar, se alegró de verlo y le dijo: “Amigo, ahora te quedarás conmigo por siempre y yo te cuidaré”. Así, lo alimentó hasta que el caballo murió de viejito.

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